Era un paisaje de sombrías connotaciones, alguna que otra liebre o conejo muerto, había constituido un auténtico festín para media docena de cuervos que habían levantado el vuelo al notar su presencia.
Su paso era lento y titubeante, se había pasado la mitad de su vida con él, aprendiendo a enfrentarse a sus dudas, a sus extravagancias y a lo que el consideraba verdaderas locuras pasajeras, aunque ahora, no deja de reconocer, que nada más lejos de la realidad.
En su mente se aglomeraban tantos pensamientos, que unidos unos a otros, desembocaban en un caos mental de proporciones desmesuradas. Intentaba apresarlos mentalmente, como una mano rápida que se apodera de una mosca en pleno vuelo. Estuvo dando vueltas en su mente a estos hechos durante todo el día, tratando de descubrir alguna hipótesis que los abarcase a todos, y de hallar la línea de menor resistencia que le sirviese de punto de arranque.
Hay momentos importantes a lo largo de la vida, que te marcan y en los que te das cuenta de que nada volverá a ser igual, a partir de ahí, cuentas el tiempo, por lo que todo se convierte en un antes y un después.
Todos sufrimos pruebas, aunque éstas, nunca se producen ni en la forma ni en el instante que hubiéramos querido. Deseamos ver las cosas claras, pero al igual que cuando cae la niebla, todas las figuras van haciéndose cada vez menos visibles hasta que acaban por desaparecer, así sientes como tu mente acaba por convertirse en un paisaje absorbido por la espesa niebla.
Samuel no lo había planteado así, él siempre decía que cuanto más planeabas las cosas, menos se aproximaban a como las habías planeado. Todo surgió de forma distinta a como quería. Para él, la verdadera aventura de su viaje era conocer un mundo distinto al que estaba viviendo, y sin embargo todo cambió en el momento de conocerle. Podía pensar que iba a volver a verlo mañana, pero al fin y al cabo eso no le hacía sentirse mejor, antes preferiría odiar su ausencia, que sentir que no le importa una mierda.
Conocer a Diego, observarlo y descubrir en él cosas que a los demás parecían pasarles inadvertidas, lo cual no habría sido posible de no haber sido un ser increíblemente sociable. Con él, convivió cerca de veinte años de su vida, veinte años de incansable conversación. Y ahora, el silencio, sólo que aquel silencio era más que una simple condición. Poseía sustancia. La atmósfera parecía haberse vuelto más y más densa con él.
Se llevó la mano a la nuca. La sintió fría y húmeda. Antes de volver a retirarla sintió como un estremecimiento recorría todo su cuerpo. Con un gesto impulsivo, tiró su mochila al suelo, cortó una rama de un árbol de baja altura y comenzó a cimbrearla con fuerza, destrozando todas aquellas flores que tenía a su alrededor. Los pétalos saltaban por los aires, los tallos se partían en dos, la vara sesgaba todo aquello que encontraba a su paso sin la más mínima compasión. Era evidente que la necesidad de querer algo que ya no posees nutre a la frustración, la frustración se transforma en rabia, la rabia genera violencia…. y la violencia a veces es un alivio. Y Samuel en ese acto descontrolado estaba aliviando esa dosis de violencia que había generado en un estado total de frustración.
Se detuvo en seco, como si de repente todas sus fuerzas se hubiesen evadido a la vez, su respiración era jadeante y un sudor frío corría por su frente. Se dejó caer de rodillas, confuso y a la vez desconcertado por su extremo comportamiento, como despertando de un éxtasis que durante unos minutos le había tenido ausente del mundo real. Todavía un poco aturdido, inclinó la cabeza. Se sentía avergonzado por la reacción tan absurda que acababa de tener.
Aunque hizo un esfuerzo por calcularlo, no sabía a ciencia cierta el tiempo que había estado caminando desde que abandonó el lugar donde enterró a Diego. Es como si su cuerpo y su mente hubiesen tomado caminos distintos. Alzó su mirada hacia el cielo. Unos nubarrones cubrían el sol y había empezado a soplar una brisa fresca, aunque esporádica. Aquellas nubes no significaban que fuera a llover, no con seguridad, aún no, pero lo que si estaba claro es que si comenzaba a hacerlo, lo más probable era que se viese sorprendido sin un lugar donde cobijarse.
Al bajar de nuevo su mirada, se dio cuenta de que ya no tenía la rama en la mano y que sus puños se encontraban fuertemente cerrados en un ademán de angustia. Tal vez siempre hubiese poseído aquella sensación, sólo que nunca se había encontrado en una situación que la despertara, pero no, estaba engañándose a sí mismo. Algo había cambiado bruscamente en su interior. Los acontecimientos de los últimos días habían alterado el curso de su vida. Seguía luchando en contra de una realidad que dolía cada vez que era consciente de que estaba ahí. Se sentía nervioso, inseguro de si mismo. Como ese niño que comienza a dar sus primeros pasos, seguro de que la mano de su madre le sujeta en algún punto de su cuerpo, para tras haber avanzado unos metros, darse cuenta de que esos pasos han sido dados en la más absoluta soledad.
Un trueno retumbó con fuerza al oeste, el sonido le hizo volver a la realidad, la tormenta se acercaba poco a poco. Una ráfaga de brisa fresca, fría ya por la promesa de una lluvia que no tardaría en hacer acto de presencia le hizo evadirse de la intención de regresar junto a la tumba de Diego.
Pero de nuevo, los sueños o los recuerdos, volvían a relampaguear en su mente. Apenas había dormido nada desde que Diego había muerto. Llegó a sentir el fresco misterio de la noche, cuando los pensamientos se hacen tan profundos, que no te dejan dormir. Cuando te despiertas sobresaltado creyendo haber dormido mucho más tiempo de lo que deseas, para posteriormente darte cuenta que apenas han transcurrido unos minutos y que aún te queda toda la noche por delante. La tristeza iba descendiendo sobre él como una maldición, y por más que lo intentaba, no podía deshacerse de ese pesado velo que le impedía mirar hacia el futuro, para únicamente hacerle revivir el pasado. Es increíble lo frágil que se es a la hora de enfrentarnos a situaciones en las que la impotencia vence a toda intención de superación hacia uno mismo.
Samuel no había sido del todo sincero, su promesa estaba falta de toda clase de fundamentos, pero en ese momento, no podía decirle otra cosa. Era la primera y única gran mentira que se había interpuesto entre ellos. Y lo peor de todo es que a medida que iba pasando el tiempo, más difícil le resultaba el saber que no iba a cumplir lo que le había prometido. Pero ¿Qué podía hacer en esos momentos? Era su lecho de muerte, es más, le estaba pidiendo su última voluntad. No podía negarse. Pero ahora, él ya no estaba, no creía que su promesa tuviese validez ante una persona que ya no pertenece a este mundo. Sí, lo prometió, lo hizo por él, y se reafirmó de ello por el lugar y el momento en que sucedió. Pero ahora, su mente, le dice que tiene que pensar por sí mismo y si lleva a cabo su promesa, esta, debe estar exenta de toda clase de condiciones que le lleven a actuar pensando en segundas personas y más si cabe, si esas personas ya no están. Intentaba una y otra vez ahuyentar esa sensación de remordimiento, ante una promesa que a cada minuto que pasa es más sabedor de que no puede cumplir. Sin él ya nada es igual, como va a continuar haciendo algo que ya no tiene el más mínimo sentido. Su mente, en un estado de actividad sin precedentes para él, no para de hacerle ver que su objetivo, aquello por lo que un día lo dejo todo, obtuvo su culminación en el mismo instante en que Diego murió. Aún así, ese convencimiento no le hace sentirse bien. Ojalá estuviese tan convencido de la decisión que tiene que tomar, como de las circunstancias que le obligaron a hacer su promesa a Diego.
Las primeras gotas de agua empezaban a caer con grandes amenazas de convertirse en un serio aguacero. Recogió su mochila y comenzó a caminar con avidez, aunque de poco le iba a servir, pues a la vista no se observaba nada más
que un enorme descampado con pocas perspectivas de encontrar un lugar donde cobijarse.
El ritmo que había adquirido cuando comenzó a caminar, se iba haciendo inversamente proporcional a la fuerza con la que caía el agua. Por eso, en el momento álgido del chaparrón, se detuvo con la convicción de ver que no podía evitar el calarse hasta los huesos. Fueron pocos minutos los que duró, pero los suficientes como para acabar empapado.
Comenzó a girar en redondo, lentamente, oteando todo a su alrededor. Y a lo lejos, divisó el sendero del que se había desviado horas antes. Cuando se incorporó al camino, sintió una intensa sensación de alivio y gratitud. Dio un respingo y no pudo por menos que frotar su cuerpo ante el enorme escalofrío que le recorrió desde sus húmedos pies, hasta el último pelo de su cabeza. En otras circunstancias, esa sensación de verse con toda la ropa mojada le hubiese resultado incomoda, pero en la situación en la que se encontraba hacía que su mente estuviese más pendiente de otras cosas.
Unos minutos más tarde, y después de haber caminado no más de un kilómetro vislumbró un viejo roble al pie del sendero. Como suele suceder en estos casos, instantes antes, le hubiese servido de cobijo ante semejante chaparrón, ahora ese uso deja de ser prioritario. Los primeros rayos de sol después de la tormenta, empezaban a hacer su aparición. Sin pensárselo dos veces, se sentó al borde del sendero, apoyando su espalda sobre el tronco del árbol. Con pesadez, se quitó la chaqueta, quería liberarse de algunas prendas empapadas, que ahora solo le aportaban más humedad a su ya mojado cuerpo. En aquellos momentos recordó claramente la profunda sensación de desasosiego que experimentó la primera vez que un aguacero le dejó calado hasta los huesos. Samuel miró de nuevo a su alrededor. No había en realidad gran cosa que ver. Un sendero serpenteante entre grandes extensiones de prao que subían y bajaban generando laderas que ocultaban el horizonte. Apenas habían transcurrido unos segundos desde que se había sentado, cuando varios recuerdos empezaron a aparecer con perturbadora regularidad. Pero esto no es sorprendente, pues solemos recordar con clara exactitud los momentos importantes y no tan importantes, pero que pueden llegar a marcar un antes y un después. Era una repetición constante de imágenes, que no podían ser borradas. Aparecían como una pequeña molestia dolorosa que de cuando en cuando se agudizaba, para convertirse en un dolor mucho más fuerte y profundo. La tolerancia precavida que había demostrado al principio hacia Diego, poco a poco fue dando paso a la aceptación, luego a la aprobación y con el tiempo, a un cariño abierto. Fue entonces, al verse ahí sentado, sólo, cuando toda la angustia acumulada por los acontecimientos de los últimos días empezó aflorar, hundiéndose en un extenso océano de sensaciones, recuerdos y sentimientos imposibles de olvidar. Él sabía que a partir de aquel momento, nada en su vida sería ya igual. Su condición humana, sus debilidades y sus múltiples errores no iban a cambiar. Sin embargo, su forma de ver la vida y sus sentimientos más íntimos ya no fueron como antaño. Lo que le hace sentir peor, es que después de todo este tiempo, se veía como al principio de su partida, lleno de tristeza, ansias e inquietudes que le vuelven a hacer dudar respecto a las decisiones que él mismo debe de tomar. Buscó soluciones, trató de ser consecuente consigo mismo, fue inútil. Y al descubrirlo lloró. Lloró como nunca lo había hecho, con miedo, rabia, pero sobre todo con la amargura de que jamás volvería a ver a tan singular persona. Sus lágrimas fueron un alivio pasajero. Le reconfortaron lo suficiente para dejar que los pensamientos volvieran a su mente. Aún recuerda, hace mucho tiempo, como si de nuevo volviera a revivirlo, ese primer día, en que dentro de su cabeza se fue perfilando la decisión más importante que tuvo que tomar en esta vida, pero sobre todo, esa emoción que sintió cuando……..
Su paso era lento y titubeante, se había pasado la mitad de su vida con él, aprendiendo a enfrentarse a sus dudas, a sus extravagancias y a lo que el consideraba verdaderas locuras pasajeras, aunque ahora, no deja de reconocer, que nada más lejos de la realidad.
En su mente se aglomeraban tantos pensamientos, que unidos unos a otros, desembocaban en un caos mental de proporciones desmesuradas. Intentaba apresarlos mentalmente, como una mano rápida que se apodera de una mosca en pleno vuelo. Estuvo dando vueltas en su mente a estos hechos durante todo el día, tratando de descubrir alguna hipótesis que los abarcase a todos, y de hallar la línea de menor resistencia que le sirviese de punto de arranque.
Hay momentos importantes a lo largo de la vida, que te marcan y en los que te das cuenta de que nada volverá a ser igual, a partir de ahí, cuentas el tiempo, por lo que todo se convierte en un antes y un después.
Todos sufrimos pruebas, aunque éstas, nunca se producen ni en la forma ni en el instante que hubiéramos querido. Deseamos ver las cosas claras, pero al igual que cuando cae la niebla, todas las figuras van haciéndose cada vez menos visibles hasta que acaban por desaparecer, así sientes como tu mente acaba por convertirse en un paisaje absorbido por la espesa niebla.
Samuel no lo había planteado así, él siempre decía que cuanto más planeabas las cosas, menos se aproximaban a como las habías planeado. Todo surgió de forma distinta a como quería. Para él, la verdadera aventura de su viaje era conocer un mundo distinto al que estaba viviendo, y sin embargo todo cambió en el momento de conocerle. Podía pensar que iba a volver a verlo mañana, pero al fin y al cabo eso no le hacía sentirse mejor, antes preferiría odiar su ausencia, que sentir que no le importa una mierda.
Conocer a Diego, observarlo y descubrir en él cosas que a los demás parecían pasarles inadvertidas, lo cual no habría sido posible de no haber sido un ser increíblemente sociable. Con él, convivió cerca de veinte años de su vida, veinte años de incansable conversación. Y ahora, el silencio, sólo que aquel silencio era más que una simple condición. Poseía sustancia. La atmósfera parecía haberse vuelto más y más densa con él.
Se llevó la mano a la nuca. La sintió fría y húmeda. Antes de volver a retirarla sintió como un estremecimiento recorría todo su cuerpo. Con un gesto impulsivo, tiró su mochila al suelo, cortó una rama de un árbol de baja altura y comenzó a cimbrearla con fuerza, destrozando todas aquellas flores que tenía a su alrededor. Los pétalos saltaban por los aires, los tallos se partían en dos, la vara sesgaba todo aquello que encontraba a su paso sin la más mínima compasión. Era evidente que la necesidad de querer algo que ya no posees nutre a la frustración, la frustración se transforma en rabia, la rabia genera violencia…. y la violencia a veces es un alivio. Y Samuel en ese acto descontrolado estaba aliviando esa dosis de violencia que había generado en un estado total de frustración.
Se detuvo en seco, como si de repente todas sus fuerzas se hubiesen evadido a la vez, su respiración era jadeante y un sudor frío corría por su frente. Se dejó caer de rodillas, confuso y a la vez desconcertado por su extremo comportamiento, como despertando de un éxtasis que durante unos minutos le había tenido ausente del mundo real. Todavía un poco aturdido, inclinó la cabeza. Se sentía avergonzado por la reacción tan absurda que acababa de tener.
Aunque hizo un esfuerzo por calcularlo, no sabía a ciencia cierta el tiempo que había estado caminando desde que abandonó el lugar donde enterró a Diego. Es como si su cuerpo y su mente hubiesen tomado caminos distintos. Alzó su mirada hacia el cielo. Unos nubarrones cubrían el sol y había empezado a soplar una brisa fresca, aunque esporádica. Aquellas nubes no significaban que fuera a llover, no con seguridad, aún no, pero lo que si estaba claro es que si comenzaba a hacerlo, lo más probable era que se viese sorprendido sin un lugar donde cobijarse.
Al bajar de nuevo su mirada, se dio cuenta de que ya no tenía la rama en la mano y que sus puños se encontraban fuertemente cerrados en un ademán de angustia. Tal vez siempre hubiese poseído aquella sensación, sólo que nunca se había encontrado en una situación que la despertara, pero no, estaba engañándose a sí mismo. Algo había cambiado bruscamente en su interior. Los acontecimientos de los últimos días habían alterado el curso de su vida. Seguía luchando en contra de una realidad que dolía cada vez que era consciente de que estaba ahí. Se sentía nervioso, inseguro de si mismo. Como ese niño que comienza a dar sus primeros pasos, seguro de que la mano de su madre le sujeta en algún punto de su cuerpo, para tras haber avanzado unos metros, darse cuenta de que esos pasos han sido dados en la más absoluta soledad.
Un trueno retumbó con fuerza al oeste, el sonido le hizo volver a la realidad, la tormenta se acercaba poco a poco. Una ráfaga de brisa fresca, fría ya por la promesa de una lluvia que no tardaría en hacer acto de presencia le hizo evadirse de la intención de regresar junto a la tumba de Diego.
Pero de nuevo, los sueños o los recuerdos, volvían a relampaguear en su mente. Apenas había dormido nada desde que Diego había muerto. Llegó a sentir el fresco misterio de la noche, cuando los pensamientos se hacen tan profundos, que no te dejan dormir. Cuando te despiertas sobresaltado creyendo haber dormido mucho más tiempo de lo que deseas, para posteriormente darte cuenta que apenas han transcurrido unos minutos y que aún te queda toda la noche por delante. La tristeza iba descendiendo sobre él como una maldición, y por más que lo intentaba, no podía deshacerse de ese pesado velo que le impedía mirar hacia el futuro, para únicamente hacerle revivir el pasado. Es increíble lo frágil que se es a la hora de enfrentarnos a situaciones en las que la impotencia vence a toda intención de superación hacia uno mismo.
Samuel no había sido del todo sincero, su promesa estaba falta de toda clase de fundamentos, pero en ese momento, no podía decirle otra cosa. Era la primera y única gran mentira que se había interpuesto entre ellos. Y lo peor de todo es que a medida que iba pasando el tiempo, más difícil le resultaba el saber que no iba a cumplir lo que le había prometido. Pero ¿Qué podía hacer en esos momentos? Era su lecho de muerte, es más, le estaba pidiendo su última voluntad. No podía negarse. Pero ahora, él ya no estaba, no creía que su promesa tuviese validez ante una persona que ya no pertenece a este mundo. Sí, lo prometió, lo hizo por él, y se reafirmó de ello por el lugar y el momento en que sucedió. Pero ahora, su mente, le dice que tiene que pensar por sí mismo y si lleva a cabo su promesa, esta, debe estar exenta de toda clase de condiciones que le lleven a actuar pensando en segundas personas y más si cabe, si esas personas ya no están. Intentaba una y otra vez ahuyentar esa sensación de remordimiento, ante una promesa que a cada minuto que pasa es más sabedor de que no puede cumplir. Sin él ya nada es igual, como va a continuar haciendo algo que ya no tiene el más mínimo sentido. Su mente, en un estado de actividad sin precedentes para él, no para de hacerle ver que su objetivo, aquello por lo que un día lo dejo todo, obtuvo su culminación en el mismo instante en que Diego murió. Aún así, ese convencimiento no le hace sentirse bien. Ojalá estuviese tan convencido de la decisión que tiene que tomar, como de las circunstancias que le obligaron a hacer su promesa a Diego.
Las primeras gotas de agua empezaban a caer con grandes amenazas de convertirse en un serio aguacero. Recogió su mochila y comenzó a caminar con avidez, aunque de poco le iba a servir, pues a la vista no se observaba nada más
que un enorme descampado con pocas perspectivas de encontrar un lugar donde cobijarse.
El ritmo que había adquirido cuando comenzó a caminar, se iba haciendo inversamente proporcional a la fuerza con la que caía el agua. Por eso, en el momento álgido del chaparrón, se detuvo con la convicción de ver que no podía evitar el calarse hasta los huesos. Fueron pocos minutos los que duró, pero los suficientes como para acabar empapado.
Comenzó a girar en redondo, lentamente, oteando todo a su alrededor. Y a lo lejos, divisó el sendero del que se había desviado horas antes. Cuando se incorporó al camino, sintió una intensa sensación de alivio y gratitud. Dio un respingo y no pudo por menos que frotar su cuerpo ante el enorme escalofrío que le recorrió desde sus húmedos pies, hasta el último pelo de su cabeza. En otras circunstancias, esa sensación de verse con toda la ropa mojada le hubiese resultado incomoda, pero en la situación en la que se encontraba hacía que su mente estuviese más pendiente de otras cosas.
Unos minutos más tarde, y después de haber caminado no más de un kilómetro vislumbró un viejo roble al pie del sendero. Como suele suceder en estos casos, instantes antes, le hubiese servido de cobijo ante semejante chaparrón, ahora ese uso deja de ser prioritario. Los primeros rayos de sol después de la tormenta, empezaban a hacer su aparición. Sin pensárselo dos veces, se sentó al borde del sendero, apoyando su espalda sobre el tronco del árbol. Con pesadez, se quitó la chaqueta, quería liberarse de algunas prendas empapadas, que ahora solo le aportaban más humedad a su ya mojado cuerpo. En aquellos momentos recordó claramente la profunda sensación de desasosiego que experimentó la primera vez que un aguacero le dejó calado hasta los huesos. Samuel miró de nuevo a su alrededor. No había en realidad gran cosa que ver. Un sendero serpenteante entre grandes extensiones de prao que subían y bajaban generando laderas que ocultaban el horizonte. Apenas habían transcurrido unos segundos desde que se había sentado, cuando varios recuerdos empezaron a aparecer con perturbadora regularidad. Pero esto no es sorprendente, pues solemos recordar con clara exactitud los momentos importantes y no tan importantes, pero que pueden llegar a marcar un antes y un después. Era una repetición constante de imágenes, que no podían ser borradas. Aparecían como una pequeña molestia dolorosa que de cuando en cuando se agudizaba, para convertirse en un dolor mucho más fuerte y profundo. La tolerancia precavida que había demostrado al principio hacia Diego, poco a poco fue dando paso a la aceptación, luego a la aprobación y con el tiempo, a un cariño abierto. Fue entonces, al verse ahí sentado, sólo, cuando toda la angustia acumulada por los acontecimientos de los últimos días empezó aflorar, hundiéndose en un extenso océano de sensaciones, recuerdos y sentimientos imposibles de olvidar. Él sabía que a partir de aquel momento, nada en su vida sería ya igual. Su condición humana, sus debilidades y sus múltiples errores no iban a cambiar. Sin embargo, su forma de ver la vida y sus sentimientos más íntimos ya no fueron como antaño. Lo que le hace sentir peor, es que después de todo este tiempo, se veía como al principio de su partida, lleno de tristeza, ansias e inquietudes que le vuelven a hacer dudar respecto a las decisiones que él mismo debe de tomar. Buscó soluciones, trató de ser consecuente consigo mismo, fue inútil. Y al descubrirlo lloró. Lloró como nunca lo había hecho, con miedo, rabia, pero sobre todo con la amargura de que jamás volvería a ver a tan singular persona. Sus lágrimas fueron un alivio pasajero. Le reconfortaron lo suficiente para dejar que los pensamientos volvieran a su mente. Aún recuerda, hace mucho tiempo, como si de nuevo volviera a revivirlo, ese primer día, en que dentro de su cabeza se fue perfilando la decisión más importante que tuvo que tomar en esta vida, pero sobre todo, esa emoción que sintió cuando……..